martes, 4 de octubre de 2011

La globalización del mercado de parejas

¿Qué tienen en común Angie Cepeda, Catalina Sandino, Juanita Acosta, Shakira Mebarak y Sofía Vergara? Primero, todas son jóvenes, todas colombianas, todas bonitas y todas exitosas en su línea de negocios: actuando, cantando o posando. Pero más allá de su juventud, su belleza o su talento, todas ellas (una tras otra) tienen novios o esposos extranjeros, hombres con acentos raros y costumbres extrañas. Tal parece que los colombianos les quedamos (o les parecemos) chiquitos. No sé si existe algo semejante a los celos colectivos (los de un grupo ante la traición de otro), pero incumbe aceptar que los hombres colombianos no somos nadie ni valemos nada ante los ojos de nuestras divas.

En Colombia, los gustos de mujeres y hombres son opuestos. Mientras ellas los prefieren rubios (gringos o argentinos o españoles), nosotras las preferimos mestizas, morenas o hasta monas pero en todo caso todas nacidas y criadas en esta patria querida. Sin resabios o gustos foráneos. Ni Juan Pablo Montoya, ni Camilo Villegas, ni Juan Esteban Aristizabal han optado por las extranjeras. Hace unos años Carlos Vives se dio cuenta de su error (nunca es tarde) y retornó a las delicias del amor nacional. Faustino Asprilla tuvo sus devaneos con una actriz italiana con varias equis en su hoja de vida, pero aquello fue más un apareamiento que un amorío. Fernando Botero parece feliz con doña Sofía Vari. Quizá porque la comunión artística no conoce fronteras. O tal vez porque siempre existen excepciones a las regularidades empíricas importantes.

Pero el tema en cuestión no compete solamente las vidas de los famosos. La diáspora de la década pasada y el internet han permitido que muchas colombianas busquen el gustico o la compañía (uno no sabe) en otra parte. Allende los mares y los vecinos. Las mujeres tienen más posibilidades de encontrar un compañero por fuera de su país que sus contrapartes masculinos. El exotismo y la sumisión tropical siempre han sido de buen recibo en los climas temperados. Además, la movilidad de abajo hacia arriba está casi reservada a las mujeres. En suma, mientras las mujeres han expandido su búsqueda por fuera de su país y de su clase (“del mundo cerrado al universo infinito”), los hombres siguen (o seguimos) atrapados en nuestras fronteras geográficas y socioeconómicas.

Aunque mucho se especula sobre quienes serán los más afectados por la globalización de los mercados de bienes y servicios (los habitantes del campo, los no educados, etc.), poco se dice sobre los seguros perdedores de la globalización del mercado de parejas: los hombres de esta parte del mundo. Nosotros, para ser más preciso. Antiguamente controlado y reservado, el mercado de parejas se ha abierto a una competencia brutal y desigual. Mientras los habitantes de los centros de poder pueden escoger libremente aquí y acullá, los demás, los condenados de la tierra, estamos confinados a nuestros linderos culturales y sometidos a la competencia desleal de rivales mejor apertrechados.

En resumen, la globalización nos amenaza no tanto con la ruina material, como con el desastre sentimental. Por lo menos a los hombres. No sé qué pensarán los lectores pero a mi la fuga de mujeres me parece mucho más grave y ruinosa que la tan cacareada fuga de cerebros.